sábado, 20 de octubre de 2012
Ella es como un pequeño reloj para mí. Por ella pasan mis horas y mis minutos sin que apenas me dé cuenta. Sus manos manejan los hilos de mis sentidos y me hace vivir. Siempre encuentra un momento para hacerme volar y no concibo mis días si ver sus ojos al despertar. Dice que estoy loco, que me pierdo en la sinrazón y que hago tonterías, pero lo que no sabe es que quien me vuelve loco es ella. Que son sus sonrisas las que me hacen perder la razón y sus besos los que me hacen perder el control. No se da cuenta de que me pierdo tras el vaivén de sus caderas ni de que mi día empieza cuando cruzo una palabra con ella. Que igual hay días en los que no sé ni qué decir, pero eso es porque me deja sin palabras. No sabe que su sola presencia me transmite paz. Y lo que desde luego no se puede imaginar es el miedo que me da su ausencia… No vaya a ser que decida no volver… Es que una vez que he probado su sabor ningún otro merece mi atención. Es cierto que yo sé poco de eso que llaman sentimientos y que me pierdo cuando hay que ponerle palabras y mucho más cuando tengo que demostrarlo, pero soy un loco enamorado de su ser, de su existencia y aunque las palabras siempre se me quedarán cortas, nunca dejaré de intentar decirla lo que siento porque se merece cada una de las palabras aquí escritas, de los sentimientos implícitos en estas líneas. Soy un desastre, sí, pero te quiero.
domingo, 23 de septiembre de 2012
Creo que todos (o casi todos) tenemos a una persona que lo cambia todo. Sí, de esas que parece que no llaman la atención o que sí lo hace, pero no reparas en ello. Que no te das cuenta de cuán importante es hasta que un día no está. Te acostumbras a sus sonrisas radiantes al soltar cualquier chorrada, de sus ojos brillantes cuando te mira, de sus palabras de aliento cuando parece que todo va cuesta abajo y sin frenos. Te acostumbras a girar la cabeza y ver que ahí está. Pero hay días que por una cosa u otra no la ves e inexplicablemente tu mente busca cualquier cosa posible para tenerla en tu mente. Igual es que de repente alguien se te parece a esa persona o escuchas un comentario y dices: "es típico suyo" o incluso un gesto sin importancia consigue que su nombre, su presencia, navegue entre tus recuerdos. Lo mejor de todo es que, realmente, nada de eso es necesario. Cuando esa persona no está, lo notas y realmente te das cuenta, sin necesidad de nada, de que su simple presencia no sólo te hace sonreír, sino que consigue que esa sonrisa dure días y semanas. Que tus días no sean unos vacíos ir y venir, salir de casa y volver sino que tengan un por qué. Y no sólo eso. Consigue ser el motivo de esa sonrisilla estúpida pero genial que surge justo antes de dormirte, cuando recuerdas algún detalle suyo aunque sea tan simple como una mirada o una palabra.
Y eso... Eso para mí es lo mejor que hay en el mundo.
Único en tu especie... :)
domingo, 22 de abril de 2012
Optimismo
Ratos de sonrisas a la sombra de un abedul. Quizá los días pasan rápidos y las miradas huidizas corretean volando por algún lugar. Igual el miedo está por ahí escondido a la espera de cazar una presa fácil y le haga abandonar su sueño. Pero creo que hoy no seré yo esa presa. Si hay algo que he aprendido esta semana es que no hay que dejar a un lado los sueños. Puedes caer, puedes incluso llegar a pensar que jamás ocurrirán, que son simples imaginaciones tuyas que volarán de tu mente cuando llegue el momento. Incluso creo que puede llegar un momento en el que pienses que deberías dejar de soñar e imaginar todo eso porque vives en el mundo real. Esa realidad que te ahoga y te aprisiona y piensas que debes mantener los pies en la tierra para poder sobrevivir. Pues bien, eso no es cierto. Yo creo que la única manera de mantener los pies en la tierra es estar en una nube. En una nube dulce y esponjosa que te lleva a surcar los mares del cielo, a cruzar los límites de la imaginación y convertir todos tus anhelos en gotas de realidad. Sí… Los sueños se cumplen, pero para eso lo tienes que desear con toda tu alma. Tienes que estar ahí caiga quien caiga y pase lo que pase. No dejar de ser tú, no cejar en tu empeño, no rendirte ante la adversidad porque realmente si quieres que ese sueño se cumpla, tienes que ser merecedor de él, ¿no? Todo el mundo sabe que al menos alguna vez en la vida nos tiene que ocurrir algo bueno. Luchemos por ello. Hagamos que nos lo merezcamos hasta la saciedad. Hagamos que esa sonrisa de nuestra cara, ésa que muchas veces es forzada y que enmascara la mirada triste, sea verdadera. Consigamos lograr que esa insignificante tontería de ser tú a cada segundo se convierta en una rutina perfecta que te consiga alcanzar esa meta que tanto deseas. Sonrisas, fuerza, valentía. No hace falta más en esta vida. Y eso lo tenemos todos en nuestro interior. Podemos conseguir lo que nos propongamos, así que… ¿Por qué no intentarlo?
martes, 6 de marzo de 2012
Tarde gris. Nublado. Algunos rayos de sol atravesando las nubes.
Una joven sube a un autobús y se sienta en frente de un hombre con un ramo de rosas. Mirada fija. Sonrisa. Al fin y al cabo felicidad.
¿Le gustan las rosas?¿Son bonitas verdad?-- dice el hombre.
La joven, vergonzosa por esa mirada sincera que desvelaba su felicidad, alegría y gusto por las rosas, agacha la cabeza. Se sonroja.
Sí-- responde la joven. A lo que el hombre le propone quedárselas: "Tómalas. Para ti.Acéptalas. Te las regalo"
Lo siento,no puedo aceptarlas-- rechaza la mujer sonrojada y con la mirada cabizbaja.
En serio, quedatelas tú. Cuando se lo explique a mi mujer lo entenderá...
Se las entrega y se levanta. El autobús ha parado. Ha llegado a su destino. El hombre baja. Se cierran las puertas.Mientras el bus arranca de nuevo la joven se queda mirando,a través de la ventana, como el hombre se aleja . Caminando despacio, triste e inexpresivo. El hombre entra en el cementerio.
Una joven sube a un autobús y se sienta en frente de un hombre con un ramo de rosas. Mirada fija. Sonrisa. Al fin y al cabo felicidad.
¿Le gustan las rosas?¿Son bonitas verdad?-- dice el hombre.
La joven, vergonzosa por esa mirada sincera que desvelaba su felicidad, alegría y gusto por las rosas, agacha la cabeza. Se sonroja.
Sí-- responde la joven. A lo que el hombre le propone quedárselas: "Tómalas. Para ti.Acéptalas. Te las regalo"
Lo siento,no puedo aceptarlas-- rechaza la mujer sonrojada y con la mirada cabizbaja.
En serio, quedatelas tú. Cuando se lo explique a mi mujer lo entenderá...
Se las entrega y se levanta. El autobús ha parado. Ha llegado a su destino. El hombre baja. Se cierran las puertas.Mientras el bus arranca de nuevo la joven se queda mirando,a través de la ventana, como el hombre se aleja . Caminando despacio, triste e inexpresivo. El hombre entra en el cementerio.
sábado, 3 de marzo de 2012
Mil lunas llenas por delante, mil
noches en vela en la oscuridad de la noche únicamente alumbrada por el candil
de los recuerdos. El dolor de la ausencia de algo que se perdió hace mucho
sigue latiendo con fuerza en algún rincón perdido del fondo de él mismo. Su
mirada seguía clavada en sus ojos aun habiendo pasado muchos años, su sonrisa
le seguía enamorando aunque apenas fuera ya un difuso recuerdo en su memoria.
Su olor había desaparecido entre el manto de fantasmas que había a su alrededor
y por más que intentaba recuperarlo, simplemente había volado. Apenas recordaba
los rasgos de su cara, las mil líneas que tenía en la piel de tanto sonreír.
Poco a poco los detalles de su belleza iban desapareciendo de su mente
rápidamente, como un preso que huye de ser arrestado. Su vida había girado en
torno a ella. Nada sin ella tenía sentido y apenas podía creerse que hubiera
sobrevivido tantos años con su ausencia. La echaba de menos y quizá la vana y
estúpida esperanza de volver a verla algún día le mantenía vivo. Sabía que eso
era imposible… Recordó esas palabras que tantas veces le dijo antes de morir:
“No moriré hasta que no me dejes de recordar”. Y era verdad. Para él, ella
seguía siendo tan real y tan tangible como el primer día, como la primera vez
que pudo rozar sus labios. Jamás la iba a olvidar y quizá por eso se mantenía
vivo… Para evitar que ella muriese con él. Para él era eterna y su finitud no
debería acabar con ese ser tan fantástico y maravilloso que le había acompañado
en los caminos más sinuosos y complicados de su vida. Temía levantarse cada
mañana por si era el último, pero siempre se convencía de hacerlo al pensar que
moriría un poco más rápido si no siguiera con las mismas costumbres de antaño.
Una noche más estaba sentado en un
banco de la ciudad. En ese banco que le vio hace muchos años sonreír como un
niño y que ahora le ve como un pobre viejo solitario sin nada más que
recuerdos. Miraba la luna, su luna, intentando descifrar en su cuerpo de metal
dónde se escondía la sonrisa que se le escapó hace años. Buscaba a cada segundo
un rastro que le hiciera tener un nuevo motivo por el que levantarse por las
mañanas, pero casi nunca lo conseguía. Mucha gente le miraba extrañada al pasar
por delante de él, por cómo miraba al cielo, con esa curiosidad de quién no
sabe y con esa atención del que busca, pero no encuentra.
Un día se le acercó un niño:
-Disculpe, señor. ¿Puedo hacerle una
pregunta?
-Claro que sí, muchacho, dime.
- ¿Por qué mira usted de esa manera a
la luna? Parece que busca algo… No sé… Yo miro al cielo y no veo más que la
luna y no tiene nada de especial…¡ Ni siquiera se ven las estrellas, que son
las más bonitas!
- Ay, pequeño… Eso es una difícil
pregunta… Quizá las estrellas son lo más bonito del firmamento y es cierto que
en la ciudad no las podemos ver. Es cierto que solo se puede observar la luna y
también llevas razón en eso de que no tiene nada especial. Pero también es
cierto que nada es especial. Eres tú quien hace las cosas especiales. Por
ejemplo, esa pulserita de cuero que llevas. Si la ves en cualquier sitio,
seguro que dirías que no es nada del otro mundo, sino que simplemente es una
pulsera de cuero. Sin embargo, para ti es especial, ¿a que sí? Seguro que ha
sido un regalo de tu padre o que la has hecho tú de algún trozo de cuero que
has encontrado. Tú la has hecho especial, ¿no? Pues lo mismo me pasa con la
luna. Para mí tiene un significado que tú ahora no alcanzas a entender, pero es
especial porque bajo su luz he vivido los momentos más maravillosos de mi vida
y ahora que no los puedo tener, es quien me recuerda cada día que merece la
pena sonreír por lo vivido porque por muy malo que sea, siempre puede ser peor…
- Pero…
- Tranquilo pequeño, algún día
entenderás que las cosas buenas de la vida se esconden en los lugares más
insospechados y que cada minuto nos dedicamos a encontrarlos. Yo encontré lo
mejor de mi vida aquí sentado mirando a esa luna y aquí sentado sigo cada día
recordando la mayor felicidad que puede alcanzar un ser humano.
- No lo entiendo señor.
- Lo sé. Sé que no lo entiendes, pero
solo quiero que recuerdes que tienes que vivir cada segundo y sonreír el mayor
número de veces cada día porque si lo haces, todas las cosas malas que te
puedan pasar se van a quedar en un simple recuerdo que olvidar.
- Creo… que me voy a ir… Mi padre me
estará buscando.
- Vete. Ve con tu padre y dile que le
quieres, seguro que consigues arrancarle una de esas sonrisas que hace tanto
tiempo que no ves y que echas de menos.
El niño se giró y se fue corriendo
medio asustado por las cosas que le decía aquel señor sentado en ese banco en
el frío de la noche. Fue donde estaba su padre que empezaba a estar realmente
preocupado por dónde estaba su pequeño. Fue, le agarró la mano con fuerza y le
gritó que le quería un montón. El padre le dio un abrazo enorme y le dedicó una
gran sonrisa como nunca lo había hecho. El niño miró hacia el banco donde
estaba aquel misterioso señor para darle las gracias con una mirada, pero se
encontró con el banco desnudo, que empezaba a llenarse de los pequeños copos de
nieve que comenzaban a caer en aquella noche fría y oscura.
Cuando vio al niño irse, decidió
levantarse y dirigir sus pasos a algún lugar más cálido en el que velar sus
recuerdos. Intentaba luchar contra las lágrimas que pretendían escaparse de sus
ojos. Ese niño le había recordado a él. Jamás consiguió valorar nada de lo que
tuvo ni supo mantener todo aquello que quiso. Realmente cuando empezó a valorar
lo que tenía fue cuando comenzó a perderlo poco a poco.
Llegó a su casa congelado, lleno de nieve
y con los pies empapados. Se puso el pijama y se metió en la cama, tan grande y
vacía como cada noche. Miraba al techo en el que se reflejaban las luces de las
farolas que se colaban por los huecos de la persiana.
De repente… Sonrió. Se empezó a reír
a carcajadas. No sabía exactamente por qué, pero reía y era feliz. Tenía la
absoluta certeza de que pronto la volvería a ver aunque en el fondo de sí mismo
sabía que eso era imposible. Pero ese día quería engañarse. Le había enseñado a
un niño que el secreto de la felicidad reside en sonreír y hacer sonreír a cada
instante. Con eso se sentía satisfecho. Había conseguido enseñarle a alguien
eso que jamás le enseñaron a él y era feliz. Por fin había conseguido hacer
algo medianamente bueno en su vida.
Cerró los ojos. Una hora después, el
corazón de este melancólico hombre se apagó para siempre. Murió haciendo
exactamente lo que nunca fue capaz de hacer. Sonreír.
La sonrisa se difumina con el paso
del tiempo. Con el emborronar de los recuerdos poco a poco se va diluyendo ese
atisbo de aquella pequeña felicidad que creías tener. Cada mañana te levantas
con la sensación de que no avanzas, de que estás estancado en un mundo del que
ni tú mismo sabes cómo salir. Estás encerrado en una mazmorra cuidada por
dragones que provocan gran temor y no puedes salir a menos que encuentres la
llave mágica. Y sabes perfectamente que esa llave mágica es casi imposible de
encontrar. Sabes que aquello que deseas tanto, te va a costar muchísimo
alcanzarlo. Sabes que sí, que vas a luchar, pero que el hecho de luchar no significa
que vayas a ganar. Y, sin embargo, vas a luchar. No sabes muy bien por qué. No
tienes ningún motivo por el que ilusionarte, ni tienes motivos para seguir
adelante, ni sabes siquiera cómo dar el siguiente paso. Pero… Decides ponerte
en pie como puedes, con el dolor de las heridas inundándote, con la sangre
rodando por los cortes del dolor, con las lágrimas surcando tu destrozado
rostro. Te recompones de las cenizas como el ave fénix que te enseñaron a ser e
intentas devolver el brillo a tus ojos apagados por la oscuridad del silencio.
Tus piernas apenas soportan el peso de tu cuerpo porque no sólo le llevan a él.
Llevan también la pesada carga que hay sobre sus hombros de la que nunca vas a
ser capaz de librarte y que cada vez pesa más. Has llorado mucho por el peso de
esa carga. Te duelen los hombros y la espalda, pero te duele más el no poder
deshacerte de las veces que has errado, de las mil caídas que has tenido y de
las millones de veces que has hecho caer. Quizá por eso estás en ese mundo
tenebroso lleno de oscuridad donde la única luz que hay es la llama de la
vergüenza y la única fuerza que te acompaña es la del orgullo. Te encantaría
poder cerrar los ojos y volver a esos días de luz. A esos días en los que
cualquier cosa te hacía feliz. Quisieras desear salir de aquella tierra hostil
que tan poco te gusta y volver al lugar del que procedes. A ese en el que un
día conseguiste creer en ti mismo, en que podías hacer todo lo que te
propusieras, en el que te sentías querido. Ahora… Te encuentras en medio de esa
sensación de vacío de la que no puedes escapar, de esa falta de luz y esperanza
en tu vida que en el fondo ni siquiera entiendes. No entiendes cómo has llegado
a ese punto sin retorno. Por más que intentas pensar… sigues creyendo que lo
que hiciste, lo hiciste bien, aunque evidentemente no fue así por cómo han
acabado las cosas. Y sin embargo… aún mantienes la idea de encontrar la llave
mágica desaparecida. Esa que te abre la puerta de nuevo a tu mundo. ¿Qué
piensas encontrar? ¿A quién quieres engañar? Sabes que vas a morir en el
intento, sabes que no vas a aguantar una derrota más, que no ganar ahora mismo
significa desaparecer. Estás acostumbrado a ello, pero ya estás harto de darlo
todo de ti y nunca recibir una recompensa. Y… a pesar de todo, sigues siendo
tan estúpido como para seguir intentando hacer lo que esperan de ti sin pensar
qué es lo que quieres de tú realmente de ti mismo. Cambia. Esperan que tires
todo por la borda para salir de ahí. Quieren que acabes contigo mismo en el
intento. ¿Vas a dejar que salgan victoriosos? Lucha por salir, pero adelántate
a lo que quieren y busca tu propio yo porque luego será lo que te salve. Quizá
te siga pesando todo el dolor que tienes encima, que no es poco. Te costará
reponerte de esas sangrantes heridas que apenas dejan moverte, casi no podrás
moverte un centímetro, pero aprovecha ese tiempo para pensar en cómo
enfrentarte a esos dragones que lo único que quieren es que no consigas tu
objetivo. Tómate tu tiempo, que crean que has caído para luego volver de nuevo
con fuerza y poder conseguir la ansiada llave mágica que te permita ir a aquél
lugar que tanto añoras.
Hay muchas cosas por las que luchar
cada día. Hay segundos en los que se pierde la noción de lo que nos rodea y el
miedo, el dolor, las lágrimas, la desesperación y todos los sentimientos
negativos se comportan como las nubes en el cielo impidiéndonos ver el sol que se esconde tras de ellos. Sí. Porque
siempre hay sol. Aunque creamos que las cosas no pueden ser peores y aunque no
seamos capaces de ver algo bueno en una situación, siempre hay algo positivo.
Pensamos que somos invencibles en
algunos momentos. Que somos débiles en otros. Creemos a veces que somos capaces
nosotros solos de hacer frente al mundo y tenemos la fe de que ese mundo no nos
va a comer. Sin embargo, siempre flaqueamos en algún momento del camino. Quizá
aquello por lo que flaqueamos es una pequeñísima piedra en el camino y nos
sorprendemos nosotros mismos porque hemos saltado algunas más grandes. Pero
debido precisamente a ese hecho, cuando llegamos a las pequeñas estamos
cansados. Nos cansa tener que rodear, levantar o saltar piedras. Nos duelen los
problemas que tenemos que resolver solos. Nos cansa tener que cansarnos y nos
mina el ánimo el tener que soportar una vez más esa sensación.
Además existe el problema añadido de
que queremos correr. No sabemos lo que queremos, pero corremos hacia ello como
si no hubiera mañana. Queremos conseguir todo aquello que se supone que desea
todo el mundo lo antes posible para después dedicarnos a lo que realmente
deseamos nosotros mismos. Quizá eso es un error. Quizá debiéramos tenernos más
en cuenta y hacer lo que anhelamos sin pensar.
Tal vez eso que llaman libertad no es
más que un simple deseo de coger y marcharse en cualquier momento a lanzarse al
lago de los deseos. A cumplir esas tonterías que soñaba aquel niño pizpireto
antes de ir a dormir. Simplemente escapar de esa rutina que nos ahoga todos los
días haciendo algo que realmente queremos sin tener vergüenza ni miedo a lo que
puedan pensar los demás.
Buscamos la felicidad, buscamos
sentirnos llenos, sentirnos queridos y querer .¿De qué sirve tenerlo todo en la
vida si luego no estamos a gusto con todo ello? ¿Cuál es el precio que habría
que pagar por lo que uno quiere?
Las personas tenemos un problema y es
que cuanto más tenemos, más queremos y somos puramente inconformistas. Cuando
tenemos todo lo que podríamos desear siempre surge una nueva cosa por la que
entristecerse. Pero… esto también es la esencia de la vida… Siempre estamos
buscando. Constantemente estamos tras eso que nos puede hacer felices, que nos
cierre el vacío de nuestro interior.
sábado, 18 de febrero de 2012
Qué más dan los inviernos si se pierden corriendo tras las
esquinas de los cimientos de aquellos edificios condenados al exilio. Sufren
las mentes pensantes que buscan una solución a todo aquello que no la tiene. Se
mudan las oportunidades y se confinan en el lugar más perdido del universo a la
espera de algo o alguien que le haga despertar de su ensoñación. Luces grises
se reflejan en los ojos perdidos de los que sueñan. El miedo inunda sus almas,
pero…¿qué más da? Los suspiros al final se pierden entre los susurros de las
mañanas que prefieren quedarse a dormir, entre las almas que se encuentran en
los recónditos lugares de este mundo buscando una mitad de algo. Un algo que no
existe. Pero… ¿Qué más da de nuevo? The
show must go on, ¿no? En los arrabales de la memoria se revuelven los mendigos
de los recuerdos. Dan vueltas en busca de una migaja que les devuelva al hoy de
todos los días. Suspira el silencio por los días pasados y duermen los colores
entre mantos de nubes al atardecer. El miedo lo arrasa todo a su paso, como un
huracán. Una tempestad de inseguridades que te aferra a un clavo ardiendo. Y
sabes que no saldrás bien de ahí. De hecho, en realidad sabes que no saldrás,
pero eres optimista. Qué remedio, ¿no? Sudas tinta cuando intentas sobrevivir y
luchas hasta la extenuación. Quizá vences al principio y se ve un atisbo de luz
ahí donde creías que no había nada, pero… sabes que tarde o temprano las nubes
volverán a congregarse en una marcha oscura, mortal, a tu alrededor. Y esa luz
que creíste ver no será más que un espejismo muerto al lado de un oasis
desierto. Y en este momento… ¿qué se supone que has de hacer?
miércoles, 8 de febrero de 2012
La luna está ahí. Como siempre encendiendo el firmamento con su luz, iluminando la tierra siempre con la misma cara. Mostrando sólo aquello que quiere enseñar. Se esconde tras el manto de las estrellas, pero a la vez exhibe y la vemos. Consigue que las distancias se disipen. Que los que están lejos se sientan cerca y que los que están cerca se acurruquen con el fin de admirarla. A mí me gusta mirar la luna. Hubo un momento en el que creí que en algún lugar había alguien que estaba haciendo lo mismo y que, de alguna manera, llegaría a conocer a esa persona. A veces pensaba que el sólo hecho de observarla tan bella y altiva significaba algo bueno. De hecho, sólo tengo buenos recuerdos cada vez que mis ojos se posan sobre ella. Lo que no sé es si al otro lado hay alguien que la mire como la miraba y recuerde todo aquello que recuerdo yo también. Y sí, me siento estúpida, tonta, imbécil y todos los calificativos posibles que se te ocurran, pero… Me da igual. Eso no va a convencerme de dejar de mirarla cada noche y sentir el susurro de los recuerdos.
domingo, 29 de enero de 2012
Te encuentras navegando a la deriva de tus sentimientos,
buscando qué hacer, qué encontrar, qué mirar… Buscas en la brújula cuál es tu
siguiente paso y te das cuenta de que has estado dando vueltas todo el tiempo y
estás en el punto inicial, en el principio…Y sientes que nada ha valido la
pena, nada de lo que has hecho tiene sentido y sólo tienes la sensación de que
has perdido el tiempo. No sabes muy bien cómo encajar el golpe ni cómo curar
tus heridas… Sangras por dentro y sabes que sólo el tiempo y el estar solo
pueden curarte. Sólo tú puedes volver a
curar el corazón malherido una vez más aunque cada vez cuesta más porque nunca
acaba de sanar, nunca se cierra del todo esa herida sangrante. Y, sin embargo,
estás ahí…En medio de ningún sitio dudando si continuar. Cualquiera se hubiera
dado por vencido, pero no, tú no, mantienes la duda. No sabes si recurrir a esa
fortaleza interior que a veces te caracteriza o volverte el muchachillo huidizo
e introvertido y aceptar el golpe como buenamente puedas…Por momentos quieres
volar, desaparecer y encontrarte por ahí en algún lugar lejano y olvidar…pero al instante deshechas esta
idea. No. Tú no has nacido para desaparecer. Tu misión es sacar sonrisas,
conseguir hacer optimistas a los demás e intentar alcanzar un lugar un poco más
alegre.
sábado, 21 de enero de 2012
No sé pensar si
estás en mi mente, pero no puedo dejar de echar de menos tus recuerdos cuando
consigo sacarte por un momento.
No sé vivir sin ti, pero contigo tampoco.
Odio no poder odiarte, ni poder decirte que he dejado de quererte. Odio estar en la encrucijada de decidir qué está bien o que está mal.
Odio recordar que te recuerdo. Odio olvidar que tengo que olvidarte.
Odio pensar que estás aquí cuando hace mucho tiempo que estás a millones de kilómetros de mi.
Odio odiarte en el profundo lugar de mi voluntad, porque mi odio se queda en eso, en querer odiarte.
Odio odiar, pero más odio no poder odiarte.
No sé vivir sin ti, pero contigo tampoco.
Odio no poder odiarte, ni poder decirte que he dejado de quererte. Odio estar en la encrucijada de decidir qué está bien o que está mal.
Odio recordar que te recuerdo. Odio olvidar que tengo que olvidarte.
Odio pensar que estás aquí cuando hace mucho tiempo que estás a millones de kilómetros de mi.
Odio odiarte en el profundo lugar de mi voluntad, porque mi odio se queda en eso, en querer odiarte.
Odio odiar, pero más odio no poder odiarte.
viernes, 20 de enero de 2012
Imagina…
Cierra los ojos y ponte a imaginar. Te cuento.
Estás en la playa. Hay un viento suave que acaricia la piel
como si fuera terciopelo, como un leve roce de cariño. Estás sentado en una
toalla de playa en medio de la fría arena de la noche. Fría, pero agradable
porque te quita todo el sofoco del caluroso día. No hay luz, simplemente los
destellos de las estrellas del firmamento se reflejan en el mar tranquilo y
sereno que se levanta ante tus ojos. La luna está escondida en algún lugar,
tímida, despistada, sin saber muy bien qué hacer. Estás admirando la profunda
negrura del mar que se extiende ante ti. Estás impresionado, pero tranquilo. En
ese momento no temes, sólo sientes. Y no sabes muy bien por qué, pero en ese
momento te acuerdas de una persona. Es alguien que ha aparecido en tu vida de
forma casual, sin buscarlo. Piensas en varios momentos que te ha regalado. En
las sensaciones que has vivido con esa persona. Pero sobre todo piensas en que
en ese momento desearías que estuviera a tu lado, que te abrazara y te
protegiera de la pequeña brisa del mar. Te encantaría que esa persona estuviera
mirando contigo el romper de las olas mientras la oscuridad os invade a los
dos. Que simplemente sintierais, que no hablarais y compartierais el momento
atesorándolo para siempre.
Aún sueño con esto…
jueves, 19 de enero de 2012
Y miro el reloj que lleva parado desde que mi existencia se
difuminó entre los matices de los recuerdos. Miro, busco e intento encontrar.
Siento, pienso y no hay nada más. Se ahogan los minutos encerrados en el tiempo
sin un camino por el que seguir. No hay colores ni sabores y se cierran los
bares ante la desfachatez de morder el anzuelo con el humo del tabaco. Las viejas sonrisas desvalidas se van
desgastando cada vez más y el pobre y ajado corazón evoca días mejores llenos
de sensaciones encontradas. Los sentimientos se estampan en paredes de cristal
y éstas lloran momentos de felicidad. Castillos de arena que se deforman por el
viento de la playa y que envían cada grano a un lugar distinto a conocer
lugares nuevos. Sonríe el invierno al traer lo desconocido. Los regalos, la
magia y el adiós. Se buscan y se venden canciones de desamor envueltas en
retales de terciopelo azul. Tempestades de emociones que bullen en el infierno
del desamor. Colores que se van deshaciendo en el complicado intrincado de
cuerdas que atan la existencia a este mundo cruel y desvalido. Sencillos
conjuros de adiós. Silenciosos vapores que cristalizan en un par de lágrimas
que caen desoladas por un par de montañas que dan al mar. Al mar de la desesperación.
Se encierran las entrañas de ese oscuro
vendaval de eventualidades y se esconden las decepciones tras el velo azul del
amanecer. Y llega el fin. Se van cerrando las puertas que un día abriste y se
escapan las esperanzas como chiquillas pequeñas que revolotean a tu alrededor.
Y se apaga el mundo. Se esfuma todo de la misma forma que empezó. Sólo quedan
los recuerdos….
lunes, 16 de enero de 2012
Días largos, sonrisas cortas, vidas ausentes.
Ni tú eres tú ni yo soy yo. Nada es como parece ni parece
ser lo que es. Se sube y se baja por el ventanal de las oportunidades y se
agotan lo recuerdos de las sinceridades. Adiós al vino de aquel ayer borracho
de fantasías y hola al hoyo de las inseguridades. Codicia. Se pierde el jugo
entre las candelas de los alambiques y se estruja el adiós hasta el último
suspiro. Se pierde. Se gana. Un juego. Palabras que se pierden y calor que se
disipa. Un recuerdo que aflora y unas uñas que arañan. Naufragio en el mar.
Agua, frío, inseguridad, desesperación. La realidad se cuela entre los poros de
la piel, difumina las luces del mañana y engancha los minutos hasta matarlos en
su cruel garra de acero. Y tú no eres tú. Una sombra pasada por agua, un
suspiro en la tormenta, un susurro en un vendaval. Se pierden los papeles por
el camino. Adiós al sentido, adiós a la felicidad.
miércoles, 11 de enero de 2012
Muchos versos se han quemado en el candil de los recuerdos y
demasiadas palabras han volado de unos labios temerosos de pronunciar. Quizá
los días no sean más que veneno que se va metiendo en las venas y que poco a
poco desgastan las ganas y agotan el tiempo. Hay silencios que corroen el alma
y mentiras que encadenan los sentimientos. Pero.. ¿Qué más da? Hay segundos de
insólitas sonrisas que se pierden y divagan por un mundo cruel. Pisadas
demoníacas que se acercan susurrando tras de ti y que impiden que tomes
conciencia de lo que estás haciendo. ¿Acaso haces algo? ¿O quizá dejas tu vida
a merced de la suerte? Suspiros de deseos se escapan de esos susurros perdidos
en la noche. De esos gatos pardos que se cuelan en la oscuridad de la escena.
Lobos traicioneros que aparecen en el bosque sombrío que rodea todo aquello que
anhelas y que aúllan a los cuatro vientos cada vez que una luna blanca y triste
se asoma por uno de los resquicios del firmamento. Los árboles ayudan a escapar
del sendero trazado pero te pierden en el camino que tú pensaste y quisiste.
Ladrones te acechan, te buscan, te huelen. Oscuridad, viento gélido que acaricia cada
resquicio de una piel sombría ante el mundo. Crujen las pisadas sobre esas
hojas muertas que han caído y que lo siguen haciendo. Pasos ensangrentados por
un dolor extraño causado por las gotas que parece que se precipitan por ese
abismo que son tus ojos. Y dejas de ser
tú para ser él. Para ser eso que quieren que seas. Un burdo animal cruel y
desalmado que vaga por aquellos parajes sin más motivo que sobrevivir. Porque
los sueños se han resquebrajado ante el torrente de eventualidades, las
esperanzas trastabillaron hasta caer rendidas por aquel fino hilo de acero que
tenían que pasar como si fueran payasos de circo. Un circo que ahora ha cerrado
sus puertas por la soledad del invierno que invita a quemarse los dedos con las
castañas mientras que, por otro lado, el frío congela hasta doler.
Me encantaría poder poner en letras gigantes en el firmamento
que te echo de menos, que cada día que pasa sin ti intento hacerme a la idea de
que es un día normal, como los de antes de conocerte. Sin embargo, mi
subconsciente me causa muy malas pasadas. Me levanto recordándote o al leer
encuentro un momento que me recuerda a ti, a nosotros, a lo que fuimos. Y lo
peor no es recordarlo, lo peor es que aún mantengo esa sensación de felicidad
extrema y absurda cuando lo recuerdo. Aún se me escapa esa sonrisa bobalicona
cuando pienso en ti y en cada sonrisa que me has dedicado. Porque por más que
no quiera, mi mente vaga entre los recuerdos que han dejado tus manos, entre
las miradas perdidas que he recogido y abrigado los días fríos de tus
ausencias. Se escabulle entre los recovecos de tu existencia infinita que tanto
me gusta y que anhelo a cada instante. Sé que no debería, pero te gritaría a
los cuatro vientos que te quiero y que aunque tú a mí ya no, me da igual.
Porque el sentimiento que tengo hacia ti es tan bonito que no quiero renunciar
a él todavía. Y porque he tenido la suerte de que una vez ese sueño se hizo
realidad y puedo saborear cada migaja de aquello que una vez significó algo. Y
me siento bien con ello. Me siento bien porque pienso que soy persona y que
tengo la capacidad de amar, porque para mí significa que también puedo ser
amada por alguien y aunque sigo queriendo que seas tú quien lo haga, da igual.
Tú estás en el eco de mis pensamientos. Cada vez que una palabra resuena en mi
cabeza hay un susurro casi inaudible que te nombra con firmeza. Cada vez que
cierro los ojos aparece tu cara, tu sonrisa, tus ojos mirándome
condescendientes o felices. No sé qué has hecho realmente para que me sienta
así. Bueno, claro que lo sé. Pero quiero que sepas que al igual que a mí me has
hecho la persona más feliz de la Tierra, tú puedes conseguir hacer que otra
persona se sienta igual. Alguien a quien sepas que vayas a querer tanto o más
que a mí, alguien que realmente no te vaya a decepcionar como una vez lo hice
yo. Estoy segura de que vas a hacer muy feliz a alguien alguna vez porque has
conseguido hacerme feliz a mí y no era tarea sencilla. Lidiaste mis olas, te
sumergiste en mi mar y lograste encauzar el río que bajaba bravo de las
montañas. Y lo hiciste tú solo a base de positivismo, de sonrisas y de estar
ahí como sé que estarás siempre que te necesite. Y sí, pese a todo sigo
pensando que eres genial, que tienes mucho más que ofrecer que lo que tú mismo
piensas, que cuando eres tú, eres espectacular y eso es siempre. Eres
auténtico, tienes personalidad y haces lo que realmente quieres en cada
instante. Los días pasan sin ti, sí. Pero cada día lo hago diferente tal y como
me enseñaste. Tú me enseñaste a ser feliz y ser feliz es lo que voy a hacer.
Eternamente agradecida. Sí, TE QUIERO.
domingo, 8 de enero de 2012
Autocastigo
No
sé donde leí
que en el invierno más terrible
hay un verano invencible,
algo así deben ser
mis noches de autocastigo,
de soñar contigo,
de esa clase de inviernos
quiero pensar que está
hecha
mi sonrisa insomne,
la nada de mis bolsillos,
a lo mejor de esos inviernos está
trazado el contorno del abismo
del que hablan los laureados
malditos,
los poetas de mierda,
aunque lo más probable
es que solo sean eso,
un puñado de versos destinados
al que sabe que su invierno
no dará paso a ninguna florida
primavera y que esta no precederá
a ningún verano invencible.
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