Y miro el reloj que lleva parado desde que mi existencia se
difuminó entre los matices de los recuerdos. Miro, busco e intento encontrar.
Siento, pienso y no hay nada más. Se ahogan los minutos encerrados en el tiempo
sin un camino por el que seguir. No hay colores ni sabores y se cierran los
bares ante la desfachatez de morder el anzuelo con el humo del tabaco. Las viejas sonrisas desvalidas se van
desgastando cada vez más y el pobre y ajado corazón evoca días mejores llenos
de sensaciones encontradas. Los sentimientos se estampan en paredes de cristal
y éstas lloran momentos de felicidad. Castillos de arena que se deforman por el
viento de la playa y que envían cada grano a un lugar distinto a conocer
lugares nuevos. Sonríe el invierno al traer lo desconocido. Los regalos, la
magia y el adiós. Se buscan y se venden canciones de desamor envueltas en
retales de terciopelo azul. Tempestades de emociones que bullen en el infierno
del desamor. Colores que se van deshaciendo en el complicado intrincado de
cuerdas que atan la existencia a este mundo cruel y desvalido. Sencillos
conjuros de adiós. Silenciosos vapores que cristalizan en un par de lágrimas
que caen desoladas por un par de montañas que dan al mar. Al mar de la desesperación.
Se encierran las entrañas de ese oscuro
vendaval de eventualidades y se esconden las decepciones tras el velo azul del
amanecer. Y llega el fin. Se van cerrando las puertas que un día abriste y se
escapan las esperanzas como chiquillas pequeñas que revolotean a tu alrededor.
Y se apaga el mundo. Se esfuma todo de la misma forma que empezó. Sólo quedan
los recuerdos….
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