jueves, 19 de enero de 2012



Y miro el reloj que lleva parado desde que mi existencia se difuminó entre los matices de los recuerdos. Miro, busco e intento encontrar. Siento, pienso y no hay nada más. Se ahogan los minutos encerrados en el tiempo sin un camino por el que seguir. No hay colores ni sabores y se cierran los bares ante la desfachatez de morder el anzuelo con el humo del tabaco.  Las viejas sonrisas desvalidas se van desgastando cada vez más y el pobre y ajado corazón evoca días mejores llenos de sensaciones encontradas. Los sentimientos se estampan en paredes de cristal y éstas lloran momentos de felicidad. Castillos de arena que se deforman por el viento de la playa y que envían cada grano a un lugar distinto a conocer lugares nuevos. Sonríe el invierno al traer lo desconocido. Los regalos, la magia y el adiós. Se buscan y se venden canciones de desamor envueltas en retales de terciopelo azul. Tempestades de emociones que bullen en el infierno del desamor. Colores que se van deshaciendo en el complicado intrincado de cuerdas que atan la existencia a este mundo cruel y desvalido. Sencillos conjuros de adiós. Silenciosos vapores que cristalizan en un par de lágrimas que caen desoladas por un par de montañas que dan al mar. Al mar de la desesperación.  Se encierran las entrañas de ese oscuro vendaval de eventualidades y se esconden las decepciones tras el velo azul del amanecer. Y llega el fin. Se van cerrando las puertas que un día abriste y se escapan las esperanzas como chiquillas pequeñas que revolotean a tu alrededor. Y se apaga el mundo. Se esfuma todo de la misma forma que empezó. Sólo quedan los recuerdos….

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