miércoles, 8 de febrero de 2012

La luna está ahí. Como siempre encendiendo el firmamento con su luz, iluminando la tierra siempre con la misma cara. Mostrando sólo aquello que quiere enseñar. Se esconde tras el manto de las estrellas, pero a la vez exhibe y la vemos. Consigue que las distancias se disipen. Que los que están lejos se sientan cerca y que los que están cerca se acurruquen con el fin de admirarla. A mí me gusta mirar la luna. Hubo un momento en el que creí que en algún lugar había alguien que estaba haciendo lo mismo y que, de alguna manera, llegaría a conocer a esa persona. A veces pensaba que el sólo hecho de observarla tan bella y altiva significaba algo bueno. De hecho, sólo tengo buenos recuerdos cada vez que mis ojos se posan sobre ella. Lo que no sé es si al otro lado hay alguien que la mire como la miraba y recuerde todo aquello que recuerdo yo también. Y sí, me siento estúpida, tonta, imbécil y todos los calificativos posibles que se te ocurran, pero… Me da igual. Eso no va a convencerme de dejar de mirarla cada noche y sentir el susurro de los recuerdos.

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