No vale el viento si no me trae tu olor ni tus palabras. De
qué me sirve la lluvia si no puedo ver tu reflejo en el cristal mientras estás
tras de mí. Me dan más miedo los truenos si no estás a mi lado para abrazarme y
susurrarme que no pasa nada y ya no es divertido contar los segundos entre los
relámpagos y los truenos para saber dónde está la tormenta. Me da igual el frío
en mi piel porque por más calor que sienta, siempre tendré mi alma helada. Los
charcos no serán ya una lucha constante para que no me tires a ellos…
Simplemente caminaré a su lado viendo cómo las gotas de lluvia les hacen
crecer. ¿Para qué mirar las hojas tan bonitas de los árboles en otoño si no
estás para decirme qué árbol es y por qué sus hojas son de ese color? El invierno se cierne sobre mí lentamente y,
como siempre, logra enfriar algo más que mi cuerpo. Las hojas del calendario
van cayendo poco a poco y no hay nada que pueda reseñar en ninguna. Porque el
invierno es así. Triste, melancólico e invita a la soledad de un cuarto vacío
con una manta viendo cómo las calles se tornan blancas por la nieve. No… Yo ya
no espero que vengas y me abraces para quitarme el frío. Ahora simplemente
espero a la nada. Porque es lo que va a venir ahora. Nada.
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