domingo, 18 de diciembre de 2011


 Es difícil ponerle un precio a un adiós y el tuyo lo vendiste barato. Varias copas en un bar y un par de caladas a un cigarro que se balancea al compás de las despedidas.
Una mirada huidiza que rebusca en el fondo del tugurio en busca de un alguien con quien ahogar las penas. Un alguien al que se la sude quién eres o qué haces ahí. Que simplemente te coja y te folle para que olvides por qué cojones estás ahí. Estás borracha, fumada. En el fondo ni tú sabes dónde coño estás. ¿Y qué? Te la sopla el mundo al igual que se la soplas al mundo. ¿Qué más da si tus ojos están rojos de fumar o de llorar? Nadie se va a fijar en ello. Allí se van a fijar en si estás buena o no. Y tú sólo te fijarás en si está bueno o no. Total, ¿a quién le importan los sentimientos? Dicen que deberíamos vivir, sentir y soñar… No, eso no vale para nada. Sentir, ¿el qué? ¿Miedo? ¿Dolor? ¿Soledad? Que soberana tontería. Hasta los más tontos saben que eso no merece la pena. Soñar. Esto me produce mucha más gracia… Soñar, ¿con qué? ¿Con conseguir esto o lo otro? O mejor, ¿conseguir a alguien? Naaa, esas cosas tampoco merecen la pena. La vida es vivir, follar y fumar. Y que le jodan al resto. Es mejor flipar en colores y cuando vuelvas a la realidad saber que no es más que los efectos secundarios a soñar y darte la hostia contra la realidad dándote cuenta de que por más que quieras esos sueños no son para ti. Porque pese a que ambos sueños son inalcanzables… Bailar con un elefante rosa fosforito es mucho más inverosímil, a priori, que ser feliz. Y sin embargo parece que es igual de imposible que se cumpla, ¿o no?
Ahora mismo en mí no hay más que retales y no puedo más que seguir mis pasos y encontrar un puto bar en el que emborracharme y olvidar.

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