domingo, 26 de junio de 2011

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Las espadas que se clavan como dagas en tu corazón haciendo que, en cada embestida, te olvides de lo que es ser feliz. Sangras lágrimas de dolor, de soledad. Lloras la tristeza que te deja sola en ese mundo cruel que ha conseguido que mueras estando vivo. Quieres escapar de un lugar del que ya huiste pero ya no puedes. Has vuelto a caer en las redes de ese mundo y ya no las puedes cortar. Ellos te han roto las alas y ya no puedes volar. Tú ya no puedes hacer nada más que gritarle al cielo para desahogarte aunque sabes que todas tus palabras se las lleva el viento y que a nadie le importa lo que haces tú, lo que dices tú, lo que crees tú. ¿Y por qué? Porque tú ya no eres nada. Te has diluido con el agua de la lluvia. Te has ahogado en la tormenta, los rayos han quemado tu interior y sólo retumban los truenos en el vacío de la inmensidad de la nada.
Estás solo. Ya no eres nada ni vales nada. Eres poco más que una ola en el mar, una piedra en el camino. Sólo eres un estorbo. Sólo molestas. Sólo provocas dolor, decepción. Sí. Sólo sabes decepcionar a los demás. Por eso estás solo. No has sido capaz de dar lo que pedían de ti. Confiaban en ti, en que conseguirías lo que te habían pedido, tu pobre y mísera misión. Y no lo has hecho. ¿Estás contento? Ya lo has conseguido. Has logrado no tener un motivo por el que seguir.

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