miércoles, 1 de junio de 2011

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Sólo el eco responde a mis llamadas de auxilio. Sólo mi propio susurro de desesperación es el que viene a reconfortarme. La soledad no es más que un acompañante más en esta vida llena de horrores. Las lágrimas resbalan por mi cara y no puedo hacer nada por evitar que salgan. Estoy simplemente ahí, sola en medio del mundo buscando una razón por la que continuar, buscando el motivo por el cuál sigo al pie del cañón dando todo de mí. El silencio se adueña de mi vida y la oscuridad inunda los rincones de mi mente y me convierten en una niña asustada que corre a esconderse tras la primera pared que ve en vez de enfrentarse a su miedo. Su miedo es el propio miedo. El no saber qué hacer en un momento dado, el no saber dar el siguiente paso por si eso supone acabar cayendo en un barranco sin fin. Por momentos me veía fuerte. Había segundos en su vida en los que pensaba que ahí estoy yo, que puedo con todo y que nada me va quebrar. Y sin embargo… hay momentos en los que simplemente todo se resquebraja a mi alrededor y, de repente, no queda más que las cenizas de lo que creía que era inquebrantable. Sufro. Me duele. Los pasos duelen, los errores duelen, las caídas duelen. Y sin embargo sigo andando… Debe haber algo por ahí guardado para gente como yo porque si no hay cosas que no se explican. No se explica por qué nunca he conseguido nada. No se explica que aguante los golpes de la vida con una sonrisa y mirando al frente. No me cabe en la cabeza el por qué soy así y mucho menos el por qué la gente me quiere tal como soy. Simplemente soy una niña perdida que huye de sus miedos en busca de la falda de su madre para sentirse protegida.

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