martes, 6 de marzo de 2012

Tarde gris. Nublado. Algunos rayos de sol atravesando las nubes.
Una joven sube a un autobús y se sienta en frente de un hombre con un ramo de rosas. Mirada fija. Sonrisa. Al fin y al cabo felicidad.
¿Le gustan las rosas?¿Son bonitas verdad?-- dice el hombre.
La joven, vergonzosa por esa mirada sincera que desvelaba su felicidad, alegría y gusto por las rosas, agacha la cabeza. Se sonroja.
Sí-- responde la joven. A lo que el hombre le propone quedárselas: "Tómalas. Para ti.Acéptalas. Te las regalo"
Lo siento,no puedo aceptarlas-- rechaza la mujer sonrojada y con la mirada cabizbaja.
En serio, quedatelas tú. Cuando se lo explique a mi mujer lo entenderá...
Se las entrega y se levanta. El autobús ha parado. Ha llegado a su destino. El hombre baja. Se cierran las puertas.Mientras el bus arranca de nuevo la joven se queda mirando,a través de la ventana, como el hombre se aleja . Caminando despacio, triste e inexpresivo. El hombre entra en el cementerio.

sábado, 3 de marzo de 2012


Mil lunas llenas por delante, mil noches en vela en la oscuridad de la noche únicamente alumbrada por el candil de los recuerdos. El dolor de la ausencia de algo que se perdió hace mucho sigue latiendo con fuerza en algún rincón perdido del fondo de él mismo. Su mirada seguía clavada en sus ojos aun habiendo pasado muchos años, su sonrisa le seguía enamorando aunque apenas fuera ya un difuso recuerdo en su memoria. Su olor había desaparecido entre el manto de fantasmas que había a su alrededor y por más que intentaba recuperarlo, simplemente había volado. Apenas recordaba los rasgos de su cara, las mil líneas que tenía en la piel de tanto sonreír. Poco a poco los detalles de su belleza iban desapareciendo de su mente rápidamente, como un preso que huye de ser arrestado. Su vida había girado en torno a ella. Nada sin ella tenía sentido y apenas podía creerse que hubiera sobrevivido tantos años con su ausencia. La echaba de menos y quizá la vana y estúpida esperanza de volver a verla algún día le mantenía vivo. Sabía que eso era imposible… Recordó esas palabras que tantas veces le dijo antes de morir: “No moriré hasta que no me dejes de recordar”. Y era verdad. Para él, ella seguía siendo tan real y tan tangible como el primer día, como la primera vez que pudo rozar sus labios. Jamás la iba a olvidar y quizá por eso se mantenía vivo… Para evitar que ella muriese con él. Para él era eterna y su finitud no debería acabar con ese ser tan fantástico y maravilloso que le había acompañado en los caminos más sinuosos y complicados de su vida. Temía levantarse cada mañana por si era el último, pero siempre se convencía de hacerlo al pensar que moriría un poco más rápido si no siguiera con las mismas costumbres de antaño.
Una noche más estaba sentado en un banco de la ciudad. En ese banco que le vio hace muchos años sonreír como un niño y que ahora le ve como un pobre viejo solitario sin nada más que recuerdos. Miraba la luna, su luna, intentando descifrar en su cuerpo de metal dónde se escondía la sonrisa que se le escapó hace años. Buscaba a cada segundo un rastro que le hiciera tener un nuevo motivo por el que levantarse por las mañanas, pero casi nunca lo conseguía. Mucha gente le miraba extrañada al pasar por delante de él, por cómo miraba al cielo, con esa curiosidad de quién no sabe y con esa atención del que busca, pero no encuentra.
Un día se le acercó un niño:
-Disculpe, señor. ¿Puedo hacerle una pregunta?
-Claro que sí, muchacho, dime.
- ¿Por qué mira usted de esa manera a la luna? Parece que busca algo… No sé… Yo miro al cielo y no veo más que la luna y no tiene nada de especial…¡ Ni siquiera se ven las estrellas, que son las más bonitas!
- Ay, pequeño… Eso es una difícil pregunta… Quizá las estrellas son lo más bonito del firmamento y es cierto que en la ciudad no las podemos ver. Es cierto que solo se puede observar la luna y también llevas razón en eso de que no tiene nada especial. Pero también es cierto que nada es especial. Eres tú quien hace las cosas especiales. Por ejemplo, esa pulserita de cuero que llevas. Si la ves en cualquier sitio, seguro que dirías que no es nada del otro mundo, sino que simplemente es una pulsera de cuero. Sin embargo, para ti es especial, ¿a que sí? Seguro que ha sido un regalo de tu padre o que la has hecho tú de algún trozo de cuero que has encontrado. Tú la has hecho especial, ¿no? Pues lo mismo me pasa con la luna. Para mí tiene un significado que tú ahora no alcanzas a entender, pero es especial porque bajo su luz he vivido los momentos más maravillosos de mi vida y ahora que no los puedo tener, es quien me recuerda cada día que merece la pena sonreír por lo vivido porque por muy malo que sea, siempre puede ser peor…
- Pero…
- Tranquilo pequeño, algún día entenderás que las cosas buenas de la vida se esconden en los lugares más insospechados y que cada minuto nos dedicamos a encontrarlos. Yo encontré lo mejor de mi vida aquí sentado mirando a esa luna y aquí sentado sigo cada día recordando la mayor felicidad que puede alcanzar un ser humano.
- No lo entiendo señor.
- Lo sé. Sé que no lo entiendes, pero solo quiero que recuerdes que tienes que vivir cada segundo y sonreír el mayor número de veces cada día porque si lo haces, todas las cosas malas que te puedan pasar se van a quedar en un simple recuerdo que olvidar.
- Creo… que me voy a ir… Mi padre me estará buscando.
- Vete. Ve con tu padre y dile que le quieres, seguro que consigues arrancarle una de esas sonrisas que hace tanto tiempo que no ves y que echas de menos.
El niño se giró y se fue corriendo medio asustado por las cosas que le decía aquel señor sentado en ese banco en el frío de la noche. Fue donde estaba su padre que empezaba a estar realmente preocupado por dónde estaba su pequeño. Fue, le agarró la mano con fuerza y le gritó que le quería un montón. El padre le dio un abrazo enorme y le dedicó una gran sonrisa como nunca lo había hecho. El niño miró hacia el banco donde estaba aquel misterioso señor para darle las gracias con una mirada, pero se encontró con el banco desnudo, que empezaba a llenarse de los pequeños copos de nieve que comenzaban a caer en aquella noche fría y oscura.
Cuando vio al niño irse, decidió levantarse y dirigir sus pasos a algún lugar más cálido en el que velar sus recuerdos. Intentaba luchar contra las lágrimas que pretendían escaparse de sus ojos. Ese niño le había recordado a él. Jamás consiguió valorar nada de lo que tuvo ni supo mantener todo aquello que quiso. Realmente cuando empezó a valorar lo que tenía fue cuando comenzó a perderlo poco a poco.
Llegó a su casa congelado, lleno de nieve y con los pies empapados. Se puso el pijama y se metió en la cama, tan grande y vacía como cada noche. Miraba al techo en el que se reflejaban las luces de las farolas que se colaban por los huecos de la persiana.
De repente… Sonrió. Se empezó a reír a carcajadas. No sabía exactamente por qué, pero reía y era feliz. Tenía la absoluta certeza de que pronto la volvería a ver aunque en el fondo de sí mismo sabía que eso era imposible. Pero ese día quería engañarse. Le había enseñado a un niño que el secreto de la felicidad reside en sonreír y hacer sonreír a cada instante. Con eso se sentía satisfecho. Había conseguido enseñarle a alguien eso que jamás le enseñaron a él y era feliz. Por fin había conseguido hacer algo medianamente bueno en su vida.
Cerró los ojos. Una hora después, el corazón de este melancólico hombre se apagó para siempre. Murió haciendo exactamente lo que nunca fue capaz de hacer. Sonreír.

La sonrisa se difumina con el paso del tiempo. Con el emborronar de los recuerdos poco a poco se va diluyendo ese atisbo de aquella pequeña felicidad que creías tener. Cada mañana te levantas con la sensación de que no avanzas, de que estás estancado en un mundo del que ni tú mismo sabes cómo salir. Estás encerrado en una mazmorra cuidada por dragones que provocan gran temor y no puedes salir a menos que encuentres la llave mágica. Y sabes perfectamente que esa llave mágica es casi imposible de encontrar. Sabes que aquello que deseas tanto, te va a costar muchísimo alcanzarlo. Sabes que sí, que vas a luchar, pero que el hecho de luchar no significa que vayas a ganar. Y, sin embargo, vas a luchar. No sabes muy bien por qué. No tienes ningún motivo por el que ilusionarte, ni tienes motivos para seguir adelante, ni sabes siquiera cómo dar el siguiente paso. Pero… Decides ponerte en pie como puedes, con el dolor de las heridas inundándote, con la sangre rodando por los cortes del dolor, con las lágrimas surcando tu destrozado rostro. Te recompones de las cenizas como el ave fénix que te enseñaron a ser e intentas devolver el brillo a tus ojos apagados por la oscuridad del silencio. Tus piernas apenas soportan el peso de tu cuerpo porque no sólo le llevan a él. Llevan también la pesada carga que hay sobre sus hombros de la que nunca vas a ser capaz de librarte y que cada vez pesa más. Has llorado mucho por el peso de esa carga. Te duelen los hombros y la espalda, pero te duele más el no poder deshacerte de las veces que has errado, de las mil caídas que has tenido y de las millones de veces que has hecho caer. Quizá por eso estás en ese mundo tenebroso lleno de oscuridad donde la única luz que hay es la llama de la vergüenza y la única fuerza que te acompaña es la del orgullo. Te encantaría poder cerrar los ojos y volver a esos días de luz. A esos días en los que cualquier cosa te hacía feliz. Quisieras desear salir de aquella tierra hostil que tan poco te gusta y volver al lugar del que procedes. A ese en el que un día conseguiste creer en ti mismo, en que podías hacer todo lo que te propusieras, en el que te sentías querido. Ahora… Te encuentras en medio de esa sensación de vacío de la que no puedes escapar, de esa falta de luz y esperanza en tu vida que en el fondo ni siquiera entiendes. No entiendes cómo has llegado a ese punto sin retorno. Por más que intentas pensar… sigues creyendo que lo que hiciste, lo hiciste bien, aunque evidentemente no fue así por cómo han acabado las cosas. Y sin embargo… aún mantienes la idea de encontrar la llave mágica desaparecida. Esa que te abre la puerta de nuevo a tu mundo. ¿Qué piensas encontrar? ¿A quién quieres engañar? Sabes que vas a morir en el intento, sabes que no vas a aguantar una derrota más, que no ganar ahora mismo significa desaparecer. Estás acostumbrado a ello, pero ya estás harto de darlo todo de ti y nunca recibir una recompensa. Y… a pesar de todo, sigues siendo tan estúpido como para seguir intentando hacer lo que esperan de ti sin pensar qué es lo que quieres de tú realmente de ti mismo. Cambia. Esperan que tires todo por la borda para salir de ahí. Quieren que acabes contigo mismo en el intento. ¿Vas a dejar que salgan victoriosos? Lucha por salir, pero adelántate a lo que quieren y busca tu propio yo porque luego será lo que te salve. Quizá te siga pesando todo el dolor que tienes encima, que no es poco. Te costará reponerte de esas sangrantes heridas que apenas dejan moverte, casi no podrás moverte un centímetro, pero aprovecha ese tiempo para pensar en cómo enfrentarte a esos dragones que lo único que quieren es que no consigas tu objetivo. Tómate tu tiempo, que crean que has caído para luego volver de nuevo con fuerza y poder conseguir la ansiada llave mágica que te permita ir a aquél lugar que tanto añoras.

Hay muchas cosas por las que luchar cada día. Hay segundos en los que se pierde la noción de lo que nos rodea y el miedo, el dolor, las lágrimas, la desesperación y todos los sentimientos negativos se comportan como las nubes en el cielo impidiéndonos ver el sol  que se esconde tras de ellos. Sí. Porque siempre hay sol. Aunque creamos que las cosas no pueden ser peores y aunque no seamos capaces de ver algo bueno en una situación, siempre hay algo positivo.
Pensamos que somos invencibles en algunos momentos. Que somos débiles en otros. Creemos a veces que somos capaces nosotros solos de hacer frente al mundo y tenemos la fe de que ese mundo no nos va a comer. Sin embargo, siempre flaqueamos en algún momento del camino. Quizá aquello por lo que flaqueamos es una pequeñísima piedra en el camino y nos sorprendemos nosotros mismos porque hemos saltado algunas más grandes. Pero debido precisamente a ese hecho, cuando llegamos a las pequeñas estamos cansados. Nos cansa tener que rodear, levantar o saltar piedras. Nos duelen los problemas que tenemos que resolver solos. Nos cansa tener que cansarnos y nos mina el ánimo el tener que soportar una vez más esa sensación.
Además existe el problema añadido de que queremos correr. No sabemos lo que queremos, pero corremos hacia ello como si no hubiera mañana. Queremos conseguir todo aquello que se supone que desea todo el mundo lo antes posible para después dedicarnos a lo que realmente deseamos nosotros mismos. Quizá eso es un error. Quizá debiéramos tenernos más en cuenta y hacer lo que anhelamos sin pensar.
Tal vez eso que llaman libertad no es más que un simple deseo de coger y marcharse en cualquier momento a lanzarse al lago de los deseos. A cumplir esas tonterías que soñaba aquel niño pizpireto antes de ir a dormir. Simplemente escapar de esa rutina que nos ahoga todos los días haciendo algo que realmente queremos sin tener vergüenza ni miedo a lo que puedan pensar los demás.
Buscamos la felicidad, buscamos sentirnos llenos, sentirnos queridos y querer .¿De qué sirve tenerlo todo en la vida si luego no estamos a gusto con todo ello? ¿Cuál es el precio que habría que pagar por lo que uno quiere?
Las personas tenemos un problema y es que cuanto más tenemos, más queremos y somos puramente inconformistas. Cuando tenemos todo lo que podríamos desear siempre surge una nueva cosa por la que entristecerse. Pero… esto también es la esencia de la vida… Siempre estamos buscando. Constantemente estamos tras eso que nos puede hacer felices, que nos cierre el vacío de nuestro interior.