martes, 8 de noviembre de 2011

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Un círculo vicioso. Un ir y venir de cientos de cosas que parecen ser o mismo. Tan sólo se esconden tras un disfraz que engaña en un principio pero que a la larga todos sabemos que es siempre igual.
Se empieza con la felicidad de un amanecer luminoso y naranja que deja un cielo espectacular digno de fotografiar mil veces. Digno de recordar, de guardarlo en la memoria como un tesoro.
Lo siguiente es una cálida y suave mañana. Esas en las que hace una temperatura perfecta que invita a andar por algún lugar. Apetece sólo perder el tiempo acompañado entre risas y alguna que otra locura. También es el momento de las cañas antes de cenar de sentarse en un bar y sentir la calidez del sol en el rostro dando los buenos días.
Sí. Después llega la hora de comer, ese momento que disfrutas hasta el último segundo, saboreando cada bocado y cada sorbo de agua. En el que das rienda suelta a la imaginación a la hora de hacer el plato. Esos minutos de gloria diarios que no puedes dejar a un lado.
Más tarde llega la hora de la siesta. Momento en que descansas de toda la comida y te repones para lo que llega después. Suelen ser horas para algunos, minutos para otros, pero todos lo necesitamos para recargar pilas.
La tarde es lo que sigue a la siesta. El sol empieza a caer y el frío comienza a meterse en los huesos, pero aún con una chaqueta fina puedes combatirlo e ir a buscar emociones nuevas a algún lugar desconocido. Lo que pasa es que ya no hay tantas ganas...El frío hace mella y la siesta ha despertado a la pereza así que las ideas van muriendo poco a poco nada más nacer.
Después toca la cena... Pero esta vez ya no es tan perfecta y deliciosa. Recordemos que las ideas van muriendo y las ganas brillan por su ausencia. Hay pinceladas de deseo, pero ni mucho menos lo de antaño. Poco a poco las ganas se van diluyendo en un vaso de agua y acaban por ser una manzana medio comida a disgusto.
El día, por supuesto, acaba con la noche.Va llegando el ocaso. Frío, mucho frío y sin mantas para remediarlo. Demasiada oscuridad y ni una triste vela para evitarla. De repente, la soledad llama a tu puerta esperando a que la abras para acompañarte en la despedida del día. Y justo es en ese momento en el que te das cuenta de que tenías que haber disfrutado mucho más del amanecer y de la mañana. Que esos segundos de felicidad extrema han huido de tus manos y no van a volver. Bueno.. Retornan a tu mente en forma de recuerdos dolorosos que quiebran el alma y hieren el corazón. Son espejismos de sonrisas pasadas vistas tras el cristal empañado por la lluvia que aparece en el fondo de tus ojos.
Sabes que la soledad y la oscuridad dan miedo cuando las "disfrutas" con la compañía de la soledad y te da por pensar en cómo sería todo si hubieras cambiado un segundo de pereza y de falta de ganas por un segundo de aventura y de alegría. Le das vueltas a lo rápido que pasan las cosas y al poco tiempo que hay para disfrutarlas y ves lo triste que es no poder marcha atrás para prolongar los ratos buenos del día. Pasan inexorables los minutos mientras que por tu mente pasan las sonrisas y se escapan las lágrimas de un ayer que esta apunto de ser.
El día acaba. La oscuridad se cierne sobre ti. Es la hora de las brujas. Ahora sólo queda sentarse frente al cristal de la ventana observando fijamente tu reflejo imaginando lo que quieres ver tras de él, pero buscando un nuevo amanecer. Uno que salga con la misma fuerza y ganas que el anterior, pero que no muera tan pronto.
Mientras eso ocurre, simplemente toca lidiar con las oscuras y perversas intenciones que guarda tu amiga soledad en el fondo de sí misma.

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