Te pienso cada noche antes de ir a dormir. Te recuerdo linda, bonita y amable sonriendo a la vida sin darte cuenta. Te pienso despacio y viva, con la mirada brillante y el futuro en tus manos. Te giras mientras me miras, mientras me embelesas con tus labios y me hablas y te enfuruñas porque no te escucho. Pero qué te voy a escuchar yo... Si me matas cuando me miras, si me pierdo en tu cara, en tu boca, en tus ojos.. Si mataría por un segundo más de día contigo.
Pero qué sabré yo. Te pido perdón una y mil veces aun sabiendo que voy a caer. Y lo mejor es que tú lo sabes y aun así... sigues estando ahí.
Me recuerdas a mi niñez, cuando hablaba solo delante del espejo o solo me importaba dormir hasta muy tarde. Cuando sólo tenía una cosa en mente y la peleaba y disfrutaba hasta el final con esa ilusión que tu y yo sabemos que perdemos con los años. Y sonreía.
¿Sabes lo que daría por volver ahí? Dejaría de navegar entre las pompas azules de la noche imaginando un recuerdo de ti con el sol de fondo y mirándome con tu sonrisa de cuando tenías 5 años. Dejaría de pensarte vagamente con una forma difusa y unos labios lejanos. Dejaría de imaginar el sonido de tus latidos cuando te recostases conmigo.
Pero de nuevo, qué sabré yo. Yo sólo sé de historias que se pierden en letras, de ideas difusas que desaparecen con el tiempo. Sólo sé de perder y de adioses o de adioses perdidos, aún no lo sé.
¿Qué más da?
Un día menos, un día más.
Making mistakes
domingo, 13 de abril de 2014
miércoles, 19 de marzo de 2014
Can I...?
Te escuché rugir en el fondo de tu cueva y aun así, pensé
que no estabas ahí. Que tú, de entre todas las personas de este mundo, no te
esconderías y gritarías. Pensé que salías, luchabas, amabas y después volvías
con esa sonrisa triunfal y ese cansancio del trabajo bien hecho, con
tranquilidad.
Desapareciste tristemente tras aquél vendaval (aún no sé muy
bien cómo) y dejaste todo atrás. Te encerraste, te escondiste, te perdiste y,
como un lobo, gritabas en la oscuridad del silencio esperando que alguien te
escuchara y te sacara de allí. Pero claro, ¿quién hace caso a la llamada de un
lobo?
Realmente no sé qué te llevó a ello, qué pasó por tu cabeza
para pensar así, pensar que huyendo se arreglarían las cosas. Nunca se arreglan
así. Acabas perdiendo. Siempre pierdes (y ambos lo sabemos).
Los dos sabemos que no es fácil cambiar un hábito, que tu lo
tienes metido en la cabeza, encajonado, cuadriculado y repetido una y mil
veces. De hecho sabes que tengo razón...Y aún así, sigues.
Es una cosa que siempre me ha llamado la atención de ti. Lo
obstinada que eres. Igual deberíamos hacer una apuesta, que tú con tal de no
perder... Haces lo que sea. Pero no me quiero irme por otros derroteros. Porque
estás ahí, cual gatito maullando tristemente mientras se lame las heridas,
pensando en un por qué. Un por qué que, además, se escapa, se deshilacha y
desinfla en tus pensamientos. Uno que en el fondo sabes, pero no quieres
reconocer.
Y sí, así va pasando el tiempo mientras no sabes qué hacer.
Salir ya se te antoja raro, difícil. Estás cómoda ahí, en esa mitad, en el
medio del sí y del no, del no saber. De días que lo puedes todo y días que
pasarías durmiendo tranquilamente, dormitando eternamente como un hurón
enroscado en sí mismo. Acurrucada calentita, pero helada por dentro. Puro
hielo.
Sí, porque ya no sientes nada. Estás aprendiendo a no sentir
y a no pensar. Igual por eso ahora es más cómodo estar ahí en esa cueva. Porque
es gélida, helada, vacía y oscura como parece que te has vuelto tú.
Además, tengo que decirte algo: ya no eres la misma. No, no
intentes negarlo. Lo sabes tan bien como yo. Y hay poco que puedas hacer, la
verdad.
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